Poesía a Veracruz
VERACRUZ
No: aquí la tierra triunfa y manda --caldo de tiburones a sus pies. Y entre arrecifres, últimas cimbres de la Atlántida, las esponjas de algas venenosas manchan de bilis verde que se torna violeta los lejos donde el mar cuelga el aire.
Basta saber que nos guardan las espaldas: la ciudad sólo abre hacia la costa sus puertas de servicio.
En el aburridero de los muelles, los mozos de cordel no son marítimos: carga en la bandeja del sombrero u sol de campo adentro: hombres color de hombre, que el sudor emparienta con el asno --y el equilibrio jarocho de los bustos, al peso de cívicas pistolas.
Herón Proal, con manos juntas y ojos bajos, siembra la clerical cruzada de inquilinos; y las bandas de funcionarios en camisa sujetan el desborde de sus panzas con relumbrantes dentaduras de balas.
Las sombras de los pájaros danzan sobre las plazas mal barridas. Hay aletazos en las torres altas.
El mejor asesino del contorno, viejo y altivo, cuenta una proeza. Y un juchiteco, esclavo manumiso del fardo en que descansa, busca y recoge con el pie descalzo el cigarro que el sueño de la siesta le robó de la boca.
Los Capitanes, como han visto tanto, disfrutan, si hablarse, los menjurjes de menta en los portales. Y todas las tormentas de las Islas Canarias, y el cabo Verde y sus faros de colores, y la tinta china del Mar Amarillo, y el Rojo entresoñado que el profeta judío parte en dos con la vara, y el Negro, donde nadan carabelas de cráneos de elefantes que bombean el Diluvio con la trompa, y el Mar de Azufre, donde perdieron cabellera, ceja y barba, y el de Azogue, que puso dientes de oro a la tripulación de piratas malayos, reviven el olor del alcohol de azúcar, y andan de mariposas prisioneras bajo el azul "quepi" de tres galones, mientras consume nubes de tifones la pipa de cerezo.
La vecindad del mar queda abolida. Gañido errante de cobres y cornetas pasea en un tranvía.-- Basta saber que nos guardan las espaldas.
(Atrás, una ventana inmensa y verde...) El alcohol del sol pinta de azúcar los terrones fundentes de las casas. (...por donde echarse a nado).
Miel de sudor, parentesco del asno, y hombres color de hombre conciertan otras leyes, en medio de las plazas donde vagan las sombras de los pájaros.
Y sientes a la altura de tus sienes los ojos fijos de las viudas de guerra.
Y yo te anuncio el ataque a los volcanes de la gente que está de espalda al mar: cuando los comedores de insectos ahuyenten las langostas con los pies --y en el silencia de las capitales se oirán venir pisadas de sandalias y el trueno de las flautas mexicanas.