miércoles, 27 de octubre de 2010

Leyendas para el día de muertos

La calle de Don Juan Manuel

El tramo de República de Uruguay, entre Av. 20 de Noviembre y Calle 5 de Febrero, por mucho tiempo se conoció como la Calle de Don Juan Manuel porque se cree que ahí habitó Juan Manuel Solórzano, el protagonista de una leyenda muy difundida en otros tiempos.

"Hace muchos años que vivía en la entonces Calle Nueva un hombre muy rico llamado Juan Manuel, de vez en vez se sumía en una depresión mayor hasta que llegó a concebir la idea de ingresar al convento de San Francisco pero para ello mandó llamar a un sobrino suyo que vivía en España para que le administrase sus negocios.

Llegó el sobrino, pero al poco tiempo Don Juan Manuel empezó a sentir unos celos enfermizos por lo que invocó al diablo, prometiéndole entregarle su alma, si le proporcionaba el medio para descubrir al que lo estaba deshonrando.

Por supuesto el diablo ni tardo ni perezoso acudió y le aconsejó que a las 11 de la noche saliera y matara al que se encontrara en la calle. Así lo hizo, pero el día siguiente se le volvió a presentar el diablo y le dijo que al que había matado era inocente; pero que siguiera saliendo todas las noches y continuara matando hasta que él se apareciera junto al cadáver del culpable.

Don Juan Manuel obedeció sin replicar y todas las noches salía del zaguán, se recargaba en el muro y envuelto en su ancha capa, esperaba tranquilo a la víctima.
Como no había alumbrado, al oír pasos cerca Don Juan Manuel se acercaba al transeúnte y le preguntaba:

"-Perdone usted, ¿qué horas son?"
"-Las once."
"-Dichoso usted que sabe a qué hora va a morir."

Don Juan Manuel sacaba el puñal y se lo encajaba a la inocente víctima.

Todas las mañanas amanecía un cadáver en la Calle Nueva, y nadie podía explicarse el misterio de aquellos asesinatos tan espantosos como frecuentes.

En uno de tantos días, muy temprano condujo la ronda un cadáver a la casa de Don Juan Manuel y al verlo nuestro protagonista reconoció a su sobrino, a quien amaba entrañablemente y a quien debía la conservación de su fortuna".

Don Juan no dijo nada pero los remordimientos fueron terribles. Se dirigió al Convento de San Francisco a hablar con un monje muy sabio y le pidió consejo en su arrepentimiento.

El reverendo lo escuchó y le mandó por penitencia que durante tres noches consecutivas fuera a las doce en punto a rezar un rosario al pie de de la horca, en desagravio de sus faltas y para poder absolverlo de sus culpas.

La primera noche acudió al pie de la horca, pero sin haber concluido el rosario, oyó una voz sepulcral que reclamaba en tono dolorido. "-¡Un Padre Nuestro y un Ave María por el alma de Juan Manuel!" Se quedó mudo y regresó a su casa preso de pánico. Esperó al amanecer y fue a ver al religioso que lo había escuchado. "

-Vuelva esta misma noche -le dijo el religioso- considere que esto ha sido dispuesto por el que todo lo sabe para salvar su ánima y reflexione que el miedo se lo ha inspirado el demonio como un ardid para apartarlo del buen camino, y haga la señal de la cruz cuando sienta espanto."

Volvió a las doce al lugar indicado, y al empezar a rezar, vio un cortejo de fantasmas, que con cirios encendidos conducían su propio cadáver en un ataúd. Más muerto que vivo, tembloroso y desencajado, se presentó al otro día al Convento de San Francisco y le pidió al religioso que lo absolviera por favor porque ya no podía más. El religioso se compadeció de él y lo absolvió pero le hizo prometer que fuera a rezar el último rosario que tenía por penitencia.

¿Qué sucedió esa noche? Nadie lo sabe el caso es que el día siguiente, se encontraba colgado de la horca pública un cadáver y éste precisamente era el de Don Juan Manuel de Solórzano, hombre de confianza del virrey Marqués de Cadereyta.

El pueblo dijo desde entonces que a Don Juan Manuel lo habían ahorcado los ángeles, y la tradición lo repite y lo seguirá repitiendo por los siglos de los siglos.

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