viernes, 5 de octubre de 2012

A mis Hijas, Juan de Dios Peza, Poema

AUTOR: JUAN DE DIOS PEZA

 

Mi tristeza es un mar; tiene su bruma

que envuelve densa mis amargos días;

sus olas son de lágrimas; mi pluma

está empapada en ellas, hijas mías.

 

Vosotras sois las inocentes flores

nacidas de ese mar en la ribera;

la sorda tempestad de mis dolores

sirve de arrullo a vuestra edad primera.

 

Nací para luchar; sereno y fuerte

cobro vigor en el combate rudo;

cuando pague mi audacia con la muerte,

caeré cual gladiador sobre mi escudo.

 

Llévenme así a vosotras; de los hombres

ni desdeño el poder ni el odio temo;

pongo todo mi honor en vuestros nombres

y toda el alma en vuestro amor supremo.

 

Para salir al mundo vais de prisa.

¡Ojala que esa vez nunca llegara!

Pues hay que ahogar el llanto con la risa,

para mirar al mundo cara a cara.

 

No me imitéis a mí: yo me consuelo

con abrir más los bordes de mi herida;

imitad en lo noble a vuestro abuelo:

¡Sol de virtud que iluminó mi vida!

 

Orad y perdonad; siempre es inmensa

después de la oración la interna calma,

y el ser que sabe perdonar la ofensa

sabe llevar a Dios, dentro del alma.

 

Sea vuestro pecho de bondades nido,

no ambicionéis lo que ninguno alcanza,

coronad el perdón con el olvido

y la austera virtud con la esperanza.

 

Sin dar culto a los frívolos placeres

que la pureza vuestra frente ciña,

buscad alma de niña en las mujeres

y buscad alma de ángel en la niña.

 

Nadie nace a la infamia condenado,

nadie hereda la culpa de un delito,

nunca para ser siervas del pecado

os disculpéis clamando: estaba escrito.

 

¡Existir es luchar! No es infeliz

quien luchando, de espinas se corona;

abajo, todo esfuerzo se maldice,

arriba, toda culpa se perdona.

 

Se apaga la ilusión cual lumbre fatua

y la hermosura es flor que se marchita;

la mujer sin piedad es una estatua

dañosa al mundo y del hogar proscrita.

 

No fijéis en el mal vuestras pupilas

que víbora es el mal que todo enferma,

y haced el bien para dormir tranquilas

cuando yo triste en el sepulcro duerma.

 

Nunca me han importado en este suelo

renombre, aplausos, oropeles, gloria:

procurar vuestro bien, tal es mi anhelo;

amaros y sufrir tal es mi historia.

 

Cuando el sol de mi vida tenga ocaso

recordad mis consejos con ternura,

y en cada pensamiento, en cada paso,

buscad a Dios tras de la inmensa altura.

 

Yo anhelo que, al morir, por premio santo,

tengan de vuestro amor en los excesos:

las flores de mi tumba vuestro llanto,

las piedras de mi tumba vuestros besos.

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