viernes, 5 de octubre de 2012

Angeles de blanco, Poemas al día de la enfermera

En mi largo trajinar

me aquejaron ciertos males,

cuatro veces fui a parar

a las camas de hospitales.

 

Males propios de la edad

me afectaron muy de lleno,

me llegaron a tumbar

a las manos de un galeno.

 

En tan grave circunstancia

me asaltaba el gran temor

¿será mi última estancia?

¿me ocurrirá, aquí, lo peor?.

 

Es terrible el gran sopor

que te invade al contemplar

el recinto en que, quizás,

sobrevenga eso, lo peor.

 

Pienso en mis seres queridos,

que cómo han de quedar,

tras mis últimos suspiros,

¿quién me los va a consolar?

 

Quedo en manos del doctor,

de su gran sabiduría,

o quizás de una pastilla,

o los designios de Dios.

 

Con mis solos pensamientos,

entre esas cuatro paredes,

esperando el tratamiento,

se me hace firmar papeles.

 

Pronto asumo la esperanza

de que estoy con buena gente,

cuando alguien, de repente,

llega, y calma, y da confianza.

 

Llega de blanco vestida,

se hace amiga y confidente,

me levanta la autoestima,

pese al mal, me siento fuerte.

 

Es, me dicen, mi enfermera,

pero es mucho más que eso,

con ternura me sosiega,

es sin duda mi ángel bueno.

 

Mientras hace sus tareas

y me aplica el tratamiento,

me conversa, me da aliento,

me renueva las ideas.

 

Mi enfermera, mi ángel bueno,

quién con su vestido blanco,

a la par cuida mi cuerpo

y mi alma, con encanto.

 

Sus palabras, sus cuidados,

me disipan los temores,

y son sus dïestras manos

como pétalos de flores.

 

Cuando tienen que curar

ciertas zonas protegidas,

lo hacen desinhibidas,

con decencia y dignidad.

 

Me ha devuelto la confianza

en la ciencia del doctor,

me revierte la esperanza,

y conmigo está el Señor.

 

“Relájese, no sea nervioso,

ya muy pronto va a estar bien”.

Pienso en todo, fui estudioso,

me gustan los viajes en tren.

 

Pienso en libros de mi estante,

mis lecturas preferidas,

en Gardel y otros cantantes

y en mis locas poesías.

 

Comenzado el tratamiento,

pastillas, una inyección,

un fuerte relajamiento,

¡Se inicia la operación!

 

Veo el techo artesonado,

es mi visión muy borrosa,

”Sí, señor, ya está operado,

voy a medir su glucosa”.

 

Bajo sus mágicas manos

y encantadores modales,

pronto se van, espantados,

los dolores y los males.

 

El doctor, un semidiós,

la enfermera, semidiosa,

esmerada, bondadosa,

les doy gracias, a los dos.

 

El milagro está cumplido,

ya no existe mi dolor,

veo al frente a mi doctor,

y a la del blanco vestido.

 

Ya se alejaron los males,

estoy de nuevo muy sano,

gracias a las suaves manos

de la de dulces modales

 

Autor:

 

Gustavo Prochazka Travi

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