martes, 23 de octubre de 2012

Poemas de Ramón López Velarde

EL PIANO DE GENOVEVA

Piano llorón de Genoveva, doliente piano 
que en tus teclas resumes de la vida el arcano; 
piano llorón, tus teclas son blancas y son negras, 
como mis días negros, como mis blancas horas; 
piano de Genoveva que en la alta noche lloras, 
que hace muchos inviernos crueles que no te alegras: 
tu música es historia de poéticos males, 
habla de encantamientos y de princesas reales, 
de los pequeños novios que por robar los nidos 
una tarde nublada se quedaron perdidos 
en el bosque; y nos cuenta de la niña agraciada 
que recibió regalos de sus once madrinas, 
que no invitó a la otra a sus bodas divinas 
y que sufrió por ello los enojos del hada.

Me pareces, ¡oh piano!, por tu voz lastimera, 
una caja de lágrimas, y tu oscura madera 
me evoca la visita del primer ataúd 
que recibí en mi casa en plena juventud.

Piano de Genoveva, te amo por indiscreto; 
de tu alma a todo el mundo revelas el secreto; 
cuentas, uno por uno, todos sus desengaños.

Piano llorón, la hermosa más hermosa del valle, 
se nos ha vuelto triste porque tiene treinta años 
y no hay por todo el pueblo quien ronde por su calle.

Genoveva, regálame tu amor crepuscular: 
esos dulces treinta años yo los puedo adorar. 
Ruégale tú que al menos, pobre piano llorón, 
con sus plantas minúsculas me pise el corazón.

Pluma y lápiz, 1912


ELOGIO A FUENSANTA

Tú no eres en mi huerto la pagana 
rosa de los ardores juveniles; 
te quise como a una dulce hermana

y gozoso dejé mis quince abriles 
cual un ramo de flores de pureza 
entre tus manos blancas y gentiles.

Humilde te ha rezado mi tristeza 
como en los pobres templos parroquiales 
el campesino ante la Virgen reza.

Antífona es tu voz, y en los corales 
de tu mística boca he descubierto 
el sabor de los besos maternales.

Tus ojos tristes, de mirar incierto, 
recuérdanme dos lámparas prendidas 
en la penumbra de un altar desierto.

las palmas de tus manos son ungidas 
por mí que provocando tus asombros 
las beso en las ingratas despedidas.

Soy débil, y al marchar por entre escombros 
me dirige la fuerza de tu planta 
y reclino las sienes en tus hombros.

Nardo es tu cuerpo y su virtud es tanta 
que en tus brazos beatíficos me duermo 
como sobre los senos de una Santa.

¡Quién me otorgara en mi retiro yermo 
tener, Fuensanta, la condescendencia 
de tus bondades a mi amor enfermo 
como plenaria y última indulgencia!

México en el arte, 1949


SER UNA CASTA PEQUEÑEZ

A Alfonso Cravioto
Fuérame dado remontar el río 
de los años, y en una reconquista 
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo 
la frente limpia y bárbara del niño...

Volver a ser el arrebol, y el húmedo 
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia 
que deja el baño por secarse al sol...

Entonces, con instinto maternal, 
me subirías al regazo, para 
interrogarme, Amor, si eras querida 
hasta el agua inmanente de tu pozo 
o hasta el penacho tornadizo y frágil 
de tu naranjo en flor.

Yo, sintiéndome bien en la aromática 
vecindad de tus hombros y en la limpia 
fragancia de tus brazos, 
te diría quererte más allá 
de las torres gemelas.

Dejarías entonces en la bárbara 
novedad de mi frente 
el beso inaccesible 
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.

¿Por qué en la tarde inválida, 
cuando los niños pasan por tu reja, 
yo no soy una casta pequeñez 
en tus manos adictas 
y junto a la eficacia de tu boca?

Sangre devota, 1916


MI PRIMA AGUEDA

   A Jesús Villalpando
Mi madrina invitaba a mi prima Agueda 
a que pasara el día con nosotros, 
y mi prima llegaba 
con un contradictorio 
prestigio de almidón y de temible 
luto ceremonioso.

Agueda aparecía, resonante 
de almidón, y sus ojos 
verdes y sus mejillas rubicundas 
me protegían contra el pavoroso 
luto... 
Yo era rapaz 
y conocía la o por lo redondo, 
y Agueda que tejía 
mansa y perseverante en el sonoro 
corredor, me causaba 
calosfríos ignotos...

(Creo que hasta la debo la costumbre 
heroicamente insana de hablar solo.)

A la hora de comer, en la penumbra 
quieta del refectorio, 
me iba embelesando un quebradizo 
sonar intermitente de vajilla 
y el timbre caricioso 
de la voz de mi prima. 
   Agueda era 
(luto, pupilas verdes y mejillas 
rubicundas) un cesto policromo 
de manzanas y uvas 
en el ébano de un armario añoso.

La sangre devota, 1916


ME ESTÁS VEDADA TÚ

¿Imaginas acaso la amargura 
que hay en no convivir 
los episodios de tu vida pura?

me está vedado conseguir que el viento 
y la llovizna sean comedidos 
con tu pelo castaño.

Me está vedado oír en los latidos 
de tu paciente corazón (sagrario 
de dolor y clemencia) 
la fórmula escondida 
de mi propia existencia.

Me está vedado, cuando te fatigas 
y se fatiga hasta tu mismo traje, 
tomarte en brazos, como quien levanta 
a su propia ilusión incorruptible 
hecha fantasma que renuncia al viaje.

Despertarás una mañana gris 
y verás, en la luna de tu armario, 
desdibujarse un puño 
esquelético, y ante el funerario 
aviso, gritarás las cinco letras 
de mi  nombre, con voz pávida y floja 
¡y yo me hallaré ausente 
de tu final congoja!

¿Imaginas acaso 
mi amargura impotente? 
Me estás vedada tú... Soy un fracaso 
de confesor y médico que siente 
perder a la mejor de sus enfermas 
y a su más efusiva penitente.

La sangre devota, 1916


LA MANCHA DE PÚRPURA

Me impongo la costosa penitencia 
de no mirarte en días y días, porque mis ojos, 
cuando por fin te miren, se aneguen en tu esencia 
como si naufragasen en un golfo de púrpura, 
de melodía y de vehemencia.

Pasa el lunes, y el martes, y el miércoles... Yo sufro 
tu eclipse, ¡oh creatura solar!, mas en mi duelo 
el afán de mirarte se dilata 
como una profecía; se descorre cual velo 
paulatino; se acendra como miel; se aquilata 
como la entraña de las piedras finas; 
y se aguza como el llavín 
de la celda de amor de un monasterio en ruinas.

Tú no sabes la dicha refinada 
que hay en huirte, que hay en el furtivo gozo 
de adorarte furtivamente, de cortejarte 
más allá de la sombra, de bajarse el embozo 
una vez por semana, y exponer las pupilas, 
en un minuto fraudulento, 
a la mancha de púrpura de tu deslumbramiento.

En el bosque de amor, soy cazador furtivo; 
te acecho entre dormidos y tupidos follajes, 
como se acecha un ave fúlgida;  y de estos viajes 
por la espesura, traigo a mi aislamiento 
el más fúlgido de los plumajes: 
el plumaje de púrpura de tu deslumbramiento.

Zozobra, 1919


DÍA 13

Mi corazón retrógrado 
ama desde hoy la temerosa fecha 
en que surgiste con aquel vestido 
de luto y aquel rostro de ebriedad.

Día 13 en que el filo de tu rostro 
llevaba la embriaguez como un relámpago 
y en que tus lúgubres arreos daban 
una luz que cegaba al sol de agosto, 
así como se nubla el sol ficticio 
en las decoraciones 
de los Calvarios de los Viernes Santos.

Por enlutada y ebria simulaste, 
en la superstición de aquel domingo, 
una fúlgida cuenta de abalorio 
humedecida en un licor letárgico.

¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas 
para que así pudiesen 
narcotizarlo todo? 
  Tu tiniebla 
guiaba mis latidos, cual guiaba 
la columna de fuego al israelita.

Adivinaba mi acucioso espíritu 
tus blancas y fulmíneas paradojas: 
el centelleo de tus zapatillas, 
la llamarada de tu falda lúgubre, 
el látigo incisivo de tus cejas 
y el negro luminar de tus cabellos.

Desde la fecha de superstición 
en que colmaste el vaso de mi júbilo, 
mi corazón obscurantista clama 
a la buena bondad del mal agüero; 
que si mi sal se riega, irán sus granos 
trazando en el mantel tus iniciales; 
y si estalla mi espejo en un gemido, 
fenecerá diminutivamente 
como la desinencia de tu nombre.

Superstición, consérvame el radioso 
vértigo del minuto perdurable 
en que su traje negro devoraba 
la luz desprevenida del cenit, 
y en que su falda lúgubre era un bólido 
por un cielo de hollín sobrecogido...

Zozobra, 1919


MI CORAZÓN SE AMERITA...

   A Rafael López
Mi corazón leal, se amerita en la sombra. 
Yo lo sacara al día, como lengua de fuego 
que se saca de un ínfimo purgatorio a la luz; 
y al oírlo batir su cárcel, yo me anego 
y me hundo en la ternura remordida de un padre 
que siente, entre sus brazos, latir un hijo ciego.

Mi corazón leal, se amerita en la sombra. 
Placer, amor, dolor... todo le es ultraje 
y estimula su cruel carrera logarítmica, 
sus ávidas mareas y su eterno oleaje.

Mi corazón leal, se amerita en la sombra. 
Es la mitra y la válvula... Yo no me lo arrancaría 
para llevarlo en triunfo a conocer el día, 
la estola de violetas en los hombros del alba, 
el cíngulo morado de los atardeceres, 
los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. 
Desde una cumbre enhiesta yo lo he de lanzar 
como sangriento disco a la hoguera solar. 
Así extirparé el cáncer de mi fatiga dura, 
seré impasible por el Este y el Oeste, 
asistiré con una sonrisa depravada 
a las ineptitudes de la inepta cultura, 
y habrá en mi corazón la llama que le preste 
el incendio sinfónico de la esfera celeste.

Zozobra, 1919


TIERRA MOJADA...

Tierra mojada de las tardes líquidas 
en que la lluvia cuchichea 
y en que se reblandecen las señoritas, bajo 
el redoble del agua en la azotea...

Tierra mojada de las tardes olfativas 
en que un afán misántropo remonta las lascivas 
soledades del éter, y en ellas se desposa 
con la ulterior paloma de Noé; 
mientras se obstina el tableteo 
del rayo, por la nube cenagosa...

Tarde mojada, de hábitos labriegos, 
en la cual reconozco estar hecho de barro, 
porque en sus llantos veraniegos, 
bajo el auspicio de la media luz, 
el alma se licúa sobre los clavos 
de su cruz...

Tardes en que el teléfono pregunta 
por consabidas náyades arteras, 
que salen del baño al amor 
a volcar en el lecho las fatuas cabelleras 
y a balbucir, con alevosía y con ventaja, 
húmedos y anhelantes monosílabos, 
según que la llovizna acosa las vidrieras...

Tardes como una alcoba submarina 
con su lecho y su tina; 
tardes en que envejece una doncella 
ante el brasero exhausto de su casa, 
esperando a un galán que le lleve una brasa; 
tarde en que descienden 
los ángeles, a arar surcos derechos 
en edificantes barbechos; 
tardes de rogativa y de cirio pascual; 
tardes en que el chubasco 
me induce a enardecer a cada una 
de las doncellas frígidas con la brasa oportuna; 
tardes en que, oxidada

la voluntad, me siento 
acólito del alcanfor, 
un poco pez espada 
y un poco San Isidro Labrador...

Zozobra, 1919


HORMIGAS

A la cálida vida que transcurre canora 
con garbo de mujer sin letras ni antifaces, 
a la invicta belleza que salva y que enamora, 
responde, en la embriaguez de la encantada hora, 
un encono de hormigas en mis venas voraces.

Fustigan el desmán del perenne hormigueo 
el pozo del silencio y el enjambre del ruido, 
la harina rebanada como doble trofeo 
en los fértiles bustos, el Infierno en que creo, 
el estertor final y el preludio del nido.

Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo 
y han de huir de mis pobres y trabajados dedos 
cual se olvida en la arena un gélido bagazo; 
y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos, 
tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno, 
tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo 
como réproba llama saliéndose de un horno, 
en una turbia fecha de cierzo gemebundo 
en que ronde la luna porque robarte quiera, 
ha de oler a sudario y a hierba machacada, 
a droga y a responso, a pabilo y a cera.

antes de que deserten mis hormigas, Amada, 
déjalas caminar camino de tu boca 
a que apuren los viáticos del sanguinario fruto 
que desde sarracenos oasis me provoca.

Antes de que tus labios mueran, para mi luto, 
dámelos en el crítico umbral del cementerio 
como perfume y pan y tósigo y cauterio.

Zozobra, 1919


IDOLATRÍA

La vida mágica se vive entera 
en la mano viril que gesticula 
al evocar el seno o la cadera, 
como la mano de la Trinidad 
teológicamente se atribula 
si el Mundo parvo, que en tres dedos toma, 
se le escapa cual un globo de goma.

Idolatremos todo padecer, 
gozando en la mirífica mujer.

Idolatría 
de la expansiva y rútila garganta, 
esponjado liceo 
en que una curva eterna se suplanta 
y en que se instruye el ruiseñor de Alfeo.

Idolatría 
de los dos pies lunares y solares 
que lunáticos fingen el creciente 
en la mezquita azul de los Omares, 
y cuando van de oro son un baño 
para la Tierra, y son preclaramente 
los dos solsticios de un único año.

Idolatría 
de la grácil rodilla que soporta, 
a través de los siglos de los siglos, 
nuestra cabeza en la jornada corta.

Idolatría 
de las arcas, que son 
y fueron y serán horcas caudinas 
bajo las cuales rinde el corazón 
su diadema de idólatras espinas.

Idolatría 
de los bustos eróticos y místicos 
y los netos perfiles cabalísticos.

Idolatría 
de la bizarra y música cintura, 
guirnalda que en abril se transfigura, 
que sirve de medida 
a los más filarmónicos afanes, 
y que asedian los raucos gavilanes 
de nuestra juventud embravecida.

Idolatría 
del peso femenino, cesta ufana 
que levantamos entre los rosales 
por encima de la primera cana, 
en la columna de nuestros felices 
brazos sacramentales.

Que siempre nuestra noche y nuestro día 
clamen: ¡Idolatría! ¡Idolatría!

Zozobra, 1919


TODO...

   A José D. Frías
Sonámbula y picante, 
mi voz es la gemela 
de la canela.

Canela ultramontana 
e islamita, 
por ella mi experiencia 
sigue de señorita.

Criado con ella, 
mi alma tomó la forma 
de su botella.

Si digo carne o espíritu, 
paréceme que el diablo 
se ríe del vocablo; 
mas nunca vaciló 
mi fe si dije "yo".

Yo, varón integral, 
nutrido en el panal 
de Mahoma 
y en el que cuida Roma 
en la Mesa Central.

Uno es mi fruto: 
vivir en el cogollo 
de cada minuto.

Que el milagro se haga, 
dejándome aureola 
o trayéndome llaga.

No porto insignias 
de masón 
ni de Caballero 
de Colón.

A pesar del moralista 
que la asedia 
y sobre la comedia 
que la traiciona, 
es santa mi persona, 
santa en el fuego lento 
con que dora el altar 
y en el remordimiento 
del día que se me fue 
sin oficiar.

En mis andanzas callejeras 
del jeroglífico nocturno, 
cuando cada muchacha 
entorna sus maderas, 
me deja atribulado 
su enigma de no ser 
ni carne ni pescado.

Aunque toca al poeta 
roerse los codos, 
vivo la formidable 
vida de todas y de todos; 
en mí late un pontífice 
que todo lo posee 
y todo lo bendice; 
la dolorosa Naturaleza 
sus tres reinos ampara 
debajo de mi tiara; 
y mi papal instinto 
se conmueve 
con la ignorancia de la nieve 
y la sabiduría del jacinto.

Zozobra, 1919


HUMILDEMENTE

   A mi madre y a mis hermanas
Cuando me sobrevenga 
el cansancio del fin, 
me iré, como la grulla 
del refrán, a mi pueblo, 
a arrodillarme entre 
las rosas de la Plaza, 
los aros de los niños 
y los flecos de seda de los tápalos.

A arrodillarme en medio 
de una banqueta herbosa, 
cuando sacramentando 
al reloj de la torre, 
de redondel de luto 
y manecillas de oro, 
al hombre y a la bestia, 
al azahar que embriaga 
y a los rayos del sol. 
aparece en su estufa el Divinísimo.

Abrazado a la luz 
de la tarde que borda, 
como al hilo de una 
apostólica araña, 
he de decir mi prez 
humillada y humilde, 
más que las herraduras 
de las mansas acémilas 
que conducen al Santo Sacramento.

"Te conozco, Señor, 
aunque viajas de incógnito, 
y a tu paso de aromas 
me quedo sordomudo, 
paralítico y ciego, 
por gozar tu balsámica presencia.

"Tu carroza sonora 
apaga repentina 
el breve movimiento, 
cual si fuesen las calles 
una juguetería 
que se quedó sin cuerda. 
"Mi prima, con la aguja 
en alto, tras sus vidrios, 
está inmóvil con un gesto de estatua.

"El cartero aldeano 
que trae nuevas del mundo, 
se ha hincado en su valija.

"El húmedo corpiño 
de Genoveva, puesto 
a secar, ya no baila 
arriba del tejado.

"La gallina y sus pollos 
pintados de granizo 
interrumpen su fábula.

"La frente de don Blas 
petrificóse junto 
a la hinchada baldosa 
que agrietan las raíces de los fresnos.

"Las naranjas cesaron 
de crecer, y yo apenas 
si palpito a tus ojos 
par poder vivir este minuto.

"Señor, mi temerario 
corazón que buscaba 
arrogantes quimeras, 
se anonada y te grita 
que yo soy tu juguete agradecido.

"Porque me acompasaste 
en el pecho un imán 
de figura de trébol 
y apasionada tinta de amapola. 
"Pero ese mismo imán 
es humilde y oculto, 
como el peine imantado 
con que las señoritas 
levantan alfileres 
y electrizan su pelo en la penumbra.

"Señor, este juguete 
de corazón de imán, 
te ama y te confiesa 
con el íntimo ardor 
de la raíz que empuja 
y agrieta las baldosas seculares.

"Todo está de rodillas 
y en el polvo las frentes; 
mi vida es la amapola 
pasional, y su tallo 
doblégase efusivo 
para morir debajo de tus ruedas".

Zozobra, 1919


EN MI PECHO FELIZ

No he buscado poder ni mental, 
mas viví en una marcha nupcial... 
Me parece que por amar tanto 
voy bebiendo una copa de espanto.

Claroscuro de noche y de día; 
corazón y cabeza y hombría, 
los tres nudos que tiene mi ser 
a la buena y la mala mujer.

En mi pecho feliz no hubo cosa 
de cristal, terracota o madera, 
que abrazada por mí, no tuviera 
movimientos humanos de esposa.

¡Desdichado el que en la hora lunar 
en su lecho no huele a azahar!

Desposémonos con la sencilla 
avestruz, con la liebre y la ardilla...

El son del corazón, 1919-1921, 1932


EL SUEÑO DE LOS GUANTES NEGROS

Soñé que la ciudad estaba dentro 
del más bien muerto de los mares muertos. 
Era una madrugada del invierno 
y lloviznaban gotas de silencio.

No más señal viviente, que los ecos 
de una llamada a misa, en el misterio 
de una capilla oceánica, a lo lejos.

De súbito me sales al encuentro, 
resucitada y con tus guantes negros.

Para volar a ti, le dio su vuelo 
el Espíritu Santo a mi esqueleto.

Al sujetarme con tus guantes negros 
me atrajiste al océano de tus seno, 
y nuestras cuatro manos se reunieron 
en medio de tu pecho y de mi pecho, 
como si fueran los cuatro cimientos 
de la fábrica de los universos.

¿Conservabas tu carne en cada hueso? 
El enigma de amor se veló entero 
en la prudencia de tus guantes negros.

¡Oh, prisionera del valle de México! 
Mi carne...  de tu ser perfecto 
quedarán ya huesos en mis huesos; 
y el traje, el traje aquel, con que tu cuerpo 
fue sepultado en el valle de México; 
y el figurín aquel, de pardo género 
que compraste en un viaje de recreo...

Pero en la madrugada de mi sueño, 
nuestras manos, en un circuito eterno 
la vida apocalíptica vivieron.

Un fuerte... como en un sueño, 
libre como cometa, y en su vuelo 
la ceniza y... del cementerio 
gusté cual rosa...

El son del corazón, 1919-1921, 1932

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