viernes, 5 de octubre de 2012

Poema: Los motivos del Lobo

AUTOR: RUBEN DARIO

 

 

 

Los motivos del lobo

 

 El varón que tiene corazón de lis,

 

Alma de querube, lengua celestial,

 

El mínimo y dulce Francisco de Asís,

 

Está con un rudo y torvo animal,

 

Bestia temerosa, de sangre y de robo,

 

Las fauces de furia, los ojos de mal:

 

el lobo de Gubbia, el terrible lobo.

 

Rabioso ha asolado los alrededores,

 

cruel ha deshecho todos los rebaños;

 

devoró corderos, devoró pastores,

 

y son incontables sus muertes y daños.

 

 

 

 

 

Fuertes cazadores armados de hierros

 

fueron destrozados. Los duros colmillos

 

dieron cuenta de los más bravos perros,

 

como de cabritos y de corderillos.

 

 

 

 

 

Francisco salió: al lobo buscó en su madriguera.

 

Cerca de la cueva encontró a la fiera

 

enorme, que al verle se lanzó feroz

 

contra él. Francisco con su dulce voz,

 

alzando la mano,

 

al lobo furioso dijo: -”¡Paz, hermano

 

lobo!” El animal

 

contempló al varón de tosco sayal;

 

dejó su aire arisco,

 

cerró las abiertas fauces agresivas

 

y dijo: -”¡Está bien, hermano Francisco!”

 

-”¡Como! -exclamó el santo-. ¿Es ley que tu vivas

 

de horror y de muerte?

 

¿La sangre que vierte

 

tu hocico diabólico, el duelo y espanto

 

que esparces, el llanto

 

de los campesinos, el grito, el dolor

 

de tanta criatura de Nuestro Señor?

 

¿No han de contener tu encono infernal?

 

¿Vienes del infierno?

 

¿Te han infundido acaso su rencor eterno

 

Luzbel o Belial?”

 

Y el gran lobo, humilde: -”¡Es duro el invierno,

 

y es horrible el hambre! En el bosque helado

 

no hallé qué comer, y busqué el ganado,

 

y en veces comí ganado y pastor.

 

¿La sangre? Yo vi más de un cazador

 

sobre su caballo, llevando el azor

 

al puño; o correr tras el jabalí,

 

el oso o el ciervo; y a más de uno vi

 

mancharse de sangre, herir, torturar,

 

de las roncas trompas al sordo clamor

 

a los animales de Nuestro Señor.

 

Y no era por hambre, que iban a cazar”.

 

Francisco responde: -”En el hombre existe mala levadura.

 

Cuando nace viene con pecado. Es triste.

 

Mas el alma simple de la bestia es pura.

 

Tú vas a tener

 

desde hoy qué comer.

 

Dejarás en paz

 

rebaños y gente en este país.

 

¡Que Dios melifique tu ser montaraz!”

 

-”Está bien, hermano Francisco de Asís”.

 

-”Ante el Señor, que todo ata y desata,

 

en fe de promesa tiéndeme la pata”.

 

El lobo tendió la pata al hermano

 

de Asís, que a su vez le alargó la mano.

 

Fueron a la aldea. La gente veía

 

y lo que miraba casi no creía.

 

Tras el religioso iba el lobo fiero,

 

y, bajo la testa, quieto lo seguía

 

como un can de casa, o como un cordero.

 

 

 

 

 

Francisco llamó a la gente a la plaza

 

y allí predicó.

 

Y dijo: -”He aqui una amable caza.

 

El hermano lobo se viene conmigo

 

me juró no ser ya nuestro enemigo,

 

y no repetir su ataque sangriento.

 

Vosotros, en cambio, daréis su alimento

 

a la pobre bestia de Dios”. -”¡Así sea!”-,

 

contestó la gente toda de la aldea.

 

Y luego, en señal

 

de contentamiento,

 

movió la testa y cola el buen animal,

 

y entró con Francisco de Asís al convento.

 

 

 

 

 

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo

 

en el santo asilo.

 

Sus bastas orejas los salmos oían

 

y los claros ojos se le humedecían.

 

Aprendió mil gracias y hacía mil juegos

 

cuando a la cocina iba con los legos.

 

Y cuando Francisco su oración hacía,

 

el lobo las pobres sandalias lamía.

 

 

 

 

 

Salía a la calle,

 

iba por el monte, descendía al valle,

 

entraba en las casas y le daban algo

 

de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

 

 

 

 

 

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo

 

dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,

 

desapareció, torno a la montaña,

 

y recomenzaron su aullido y su saña.

 

Otra vez sintióse el temor, la alarma,

 

entre los vecinos y entre los pastores;

 

colmaba el espanto los alrededores,

 

de nada servían el valor y el arma,

 

pues la bestia fiera

 

no dio treguas a su furor jamás,

 

como si tuviera

 

fuegos de Moloch y de Satanás.

 

 

 

 

 

Cuando volvió al pueblo el divino santo,

 

todos lo buscaron con quejas y llanto,

 

y con mis querellas dieron testimonio

 

de lo que sufrían y perdían tanto

 

por aquel infame lobo del demonio.

 

 

 

 

 

Francisco de Asís se puso severo.

 

Se fue a la montaña

 

a buscar al falso lobo carnicero.

 

Y junto a su cueva halló a la alimaña.

 

-”En nombre del Padre del sacro universo,

 

conjúrote” -dijo- “¡oh, lobo perverso!,

 

a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?

 

Contesta. Te escucho”.

 

Como en sora lucha, habló el animal,

 

la boca espumosa y el ojo fatal:

 

-”Hermano Francisco, no te acerques mucho

 

 

 

Yo estaba tranquilo allá en el convento,

 

al pueblo salía,

 

y si algo me daban estaba contento

 

y manso comía.

 

Mas, empecé a ver que en todas las casas

 

estaban la envidia, la saña, la ira,

 

y en todos los rostros ardían las brasas

 

de odio, de lujuria, de infamia y mentira.

 

Hermanos a hermanos se hacían la guerra,

 

perdían los débiles, ganaban los malos,

 

hembra y macho eran como peroo y perra,

 

y un buen día todos me dieron de palos.

 

Me vieron humilde, lamía las manos

 

y los pies. Seguía tus sagradas leyes,

 

todas las criaturas eran mis hermanos,

 

los hermanos hombres, los hermanos bueyes,

 

hermanas estrellas y hermanos gusanos.

 

Y así, me apalearon y me echaron fuera.

 

Y su risa fue como una agua hirviente,

 

y entre mis entrañas revivió la fiera,

 

y me sentí lobo malo de repente;

 

mas siempre mejor que esa mala gente.

 

Y recomencé a luchar aquí,

 

a me defender y a me alimentar.

 

Como el oso hace, como el jabalí,

 

que para vivir tienen que matar.

 

Déjame en el monte, déjame en el risco,

 

déjame existir en mi libertad,

 

vete a tu convento, hermano Francisco,

 

sigue tu camino y tu santidad”.

 

 

 

 

 

El santo de Asís no le dijo nada.

 

Le miró con un profunda mirada,

 

y partió con lágrimas y con desconsuelos,

 

y habló al Dios eterno con su corazón.

 

El viento del bosque llevó su oración,

 

que era: “Padre nuestro, que estás en los cielos…

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